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¿Qué haces aquí, Elías?

Ni en el viento, ni en el terremoto, ni en el fuego...,
sino en la brisa, en la voz de lo pequeño.

martes, 26 de abril de 2016

6 meses perdidos

Lo que ha terminado ocurriendo es el fracaso de los estilos políticos de siempre.
Esto no es una soflama contra la política sino todo lo contrario: un alegato en favor de la misma. De la política entendida como la gestión de lo común, partiendo de lo más básico.
No entendemos nada porque se empeñan en decirnos que todo es muy difícil y que ponerse de acuerdo con este o aquel es aún más complicado. No hemos fallado los ciudadanos; les dimos un encargo y nos devuelven un interrogante. Ha fallado el sistema de partidos, han fallado los de siempre.
Dicen que las elecciones de junio van a volver a reflejar lo mismo que las de diciembre. Si es así será lamentable porque el mensaje que les estamos trasladando a sus señorías es que se pueden volver a fundir 140 millones en otras elecciones además de lo que han cobrado en sueldos y dietas estos 6 meses de legislatura fallida.
La política, esa gran desconocida, es algo más sencillo y más noble. La hacemos los ciudadanos día a día aunque con una responsabilidad limitada a esferas más personales. No me digan que no se podían poner de acuerdo en cuestiones básicas. 6 meses sin hablar de otra cosa que no sea de ellos, 6 meses de más injusticias y desigualdades silenciadas, 6 meses de desahucios escondidos por la pelea partidista, 6 meses de leyes necesarias en el cajón, 6 meses de incertidumbre ¿para qué? Para naufragar en ese mar de egos de la vieja política.
¿Que votemos otra vez lo mismo? ¿Para qué? No será Por un Mundo Más Justo, para eso se podrían haber puesto de acuerdo en 20 o 30 cuestiones básicas, pero las sillas y las fotos... ¡ah! Eso es otra cosa.

lunes, 25 de abril de 2016

Saulo y Ananías



(Saulo y Ananías están sentados a la mesa. No hay nadie más en la estancia. Quedan restos de pan y pescado asado en los platos, algo de vino en sus copas de barro. Mordisquean unos higos entre trago y trago mientras permanecen en silencio durante algo más de un minuto. Ambos parecen violentos. En especial Saulo, quien esquiva la mirada de su anfitrión y mastica cabizbajo todo el tiempo).

Ananías: Saulo, relájate. Come tranquilo. Descansa la mente. Vamos a hablar de la primavera, que ya casi está aquí. No todo es salir a predicar, llorar por las noches y andar cabizbajo los pocos ratos que te dejas caer en mi casa. Que parece que vivas en casa de otro y no en la mía.

Saulo: Ananías, sé de tus reticencias. De tus miedos por tenerme aquí. Aunque no me atreva casi ni a mirarte a los ojos, lo veo en tu rostro, lo escucho en tus suspiros, lo leo en las miradas furtivas de tu familia… Y lo comprendo. De veras. Bastante has hecho por mí. Ya no quiero seguir siendo un estorbo para ti y para tu familia. Os estoy incomodando con mi presencia y con tanta atención como atraigo por parte de los judíos. Es más, os estoy poniendo en peligro. Siento que la deuda que contraigo a cada minuto contigo y tu familia no la podré llegar a pagar en cien años que viviera. No tengo miedo a los que empiezan a señalarme, quizá deba irme de tu casa. Afrontar lo que me espera.

A: Mi querido amigo en el Señor, la deuda que contrajimos ambos no es del uno hacia el otro sino con Jesús. Por Él y con Él estamos los dos aquí ahora. Es una deuda que no se salda nunca porque es una deuda de amor. Esas cuentas nunca cuadran, ¿te acuerdas de lo que hablamos la otra noche? (Le hace un gesto de complicidad, pero es en vano porque Saulo no lo mira).

Es verdad que vivo estos días preocupado por las consecuencias que alojarte en mi casa pueda traer a mi familia, ni quiero ni lo puedo esconder, pero también con agradecimiento porque el Señor me ha puesto en tu camino o a ti en el mío. No lo tengo claro del todo. (Sonríe cómplice y pone su mano en su hombro aunque Saulo no parece darse cuenta).

S: Sin duda a ti en el mío. (Le dice esto mientras le coge la mano y le mira a los ojos por primera vez).

Tus palabras son un bálsamo para mi conciencia. Casi llegan a aliviar mi culpa por tanto daño como he causado y aún sigo causando.

A: Saulo, el Señor te ha perdonado.

S: Ya lo sé.

A: ¿Lo sabes? ¿Por qué lo sabes?

S: Bueno… Me lo has dicho ya varias veces desde que estoy aquí.

A: Ya, pero no terminas de creerlo, ¿verdad?

S: Sí, me lo creo. ¿Por qué lo cuestionas?

A: En realidad eres tú quien lo cuestiona continuamente. No paras de decir que estás en deuda. Con el Señor, conmigo, con la comunidad… La deuda, la culpa, el miedo… Fuera hablas de la gloria del Señor, pero ¿qué te mueve a hacerlo? Aquí solo hablas de esa deuda, del miedo que dices no tener… y no me miras a los ojos.

(Ahora se miran unos instantes).

No hay deuda con el Señor. Al menos no una deuda que se pueda pagar. Ya te he dicho que entre amigos la deuda nunca se salda, porque…

S: …es una deuda de amor.

A: Eso es.

Saulo, amigo. Una cosa es saber con la cabeza y otra muy distinta es saber en el corazón. ¿Dónde lo sientes tú?

S: No lo sé.

A: Eso ya es algo. Deja que la pregunta te acompañe. Acógela. Porque creo que te puede hacer mucho bien.

S: Gracias, Ananías.

A: (Sonríe complacido). Gracias también a ti Saulo.

S: ¿Por qué me das las gracias?

A: ¿Por qué me las das tú? (Hay un silencio).

El Señor ha estado grande contigo y eso hace de este humilde siervo de Dios un testigo privilegiado. 
El Señor trabaja en ti, como el alfarero con el barro… ¿No ves con cuánto amor te mira Jesús?

S: Sí. Lo siento aquí y ahora. Lo siento al acabar el día, cuando está la casa en silencio y brotan las lágrimas y el llanto. Lo siento justo aquí (se toca el centro del pecho con la mano abierta).

(Se toma unos instantes para respirar y serenarse. Mientras Ananías se echa otro higo a la boca y le da un trago al vino).

Cuéntame otra vez eso del amor agapê.

A: ¿Qué te ha hecho recordar eso justo ahora?

S: En realidad no dejo de pensar en eso desde que hablamos aquella noche de todo aquello.

A: Sí, hablamos de muchas cosas…

S: …de la entrega, de la comunidad, del amor fraterno… y del pan compartido, el alimento que nos une y nos comunica entre nosotros y con Él y que es Él mismo que se nos da.  Me explicaste lo de los tres tipos de amor…

A: Pero algo ha hecho que tengas la necesidad de traerlo aquí, ahora.

S: Esta mesa, este pan y este vino que nos ha convocado hoy. Tus palabras, tu cariño… sobrepasa lo que cabía esperar.

(Mientras Ananías lo escucha Saulo ha estado pellizcando el pan y mojándolo en el vino. Ahora lo come y queda en silencio. Ananías lo observa mientras hurga en la raspa y la piel del pescado. Toma un trozo grande de piel y lo mira con atención, como si acabara de aparecer en el plato)

Parece como si aún se me tuviesen que caer más escamas para ver las cosas de otra manera.

A: ¿Crees que necesitas mirar de otra manera?

S: Puede. No sé si es mirar o… Quizá de donde deban caérseme las escamas es del corazón, para sentir más, de otra forma.

A: Así es el Señor siempre. Nos sobrepasa. Tan exagerado en la medida del amor que nada que nos pida parece suficiente para corresponderle. Es el amor el que nos conmueve y el que nos mueve, Saulo. Está bien que te conmueva pero deja que te mueva también y no solo por fuera.

Esta noche, en apenas unos instantes, la casa volverá a estar en silencio. Ponte entonces delante del Señor y pídele que te muestre su amor, su deseo para ti más allá del miedo y de la culpa, de tu deseo de corresponder, de tu bienestar o tu sacrificio. Acéptalo en tu corazón y comparte con Él todo lo que eres y sientes como has compartido esta mesa conmigo esta noche.

(En los ojos de Saulo se ve que las palabras de Ananías han hecho eco en su corazón. Los dos se abrazan espontáneamente, sin levantarse de la mesa. Permanecen así unos instantes hasta que se separan y comienzan a recoger los platos en silencio).

jueves, 14 de abril de 2016

El peregrino en la cueva

Imagen de San Ignacio extraída de http://www.apostleshipofprayer.net/EYM/DrawGallery-en.aspx?Gallery=San-Ignacio-Compania-de-Jesus&path=/gallery/eym-drawings/San-Ignacio-Compania-de-Jesus

domingo, 10 de abril de 2016

Las preguntas, las respuestas y los procesos. Jesús como acompañante de Pedro

La lectura del Evangelio de hoy (Jn 21, 1-19) me conmueve y me cuestiona porque resuelve parte del puzzle que irremediablemente soy y vivo, en el que lo importante no siempre es la respuesta, sino la pregunta y el proceso que genera:

Después Jesús se apareció de nuevo a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Se apareció así: Estaban juntos Simón
Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael de Caná de Galilea, los Zebedeos y otros dos discípulos.
Les dice Simón Pedro: ---Voy a pescar. Le responden: ---Vamos contigo. Salieron, pues, y montaron en la barca; pero aquella noche no pescaron nada. Ya de mañana Jesús estaba en la playa; pero los discípulos no reconocieron que era Jesús. Les dice Jesús: ---Muchachos, ¿tenéis algo de comer? Ellos contestaron: ---No. Les dijo: ---Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis. La echaron y no podían arrastrarla por la abundancia de peces. El discípulo predilecto de Jesús dice a Pedro: ---Es el Señor. Al oír Pedro que era el Señor, se ciñó un blusón, pues no llevaba otra cosa, y se tiró al agua. Los demás discípulos se acercaron en el bote, arrastrando la red con los peces, pues no estaban lejos de la orilla, apenas doscientos codos. Cuando saltaron a tierra, ven unas brasas preparadas y encima pescado y pan. Les dice Jesús: ---Ahora, traed algo de lo que habéis pescado. Pedro subió a la barca y arrastró hasta la playa la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y, aunque eran tantos, la red no se rompió. Les dice Jesús: ---Venid a almorzar. Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían que era el Señor. Jesús se acercó, tomó pan y se lo repartió e hizo lo mismo con el pescado. Ésta fue la tercera aparición de Jesús, ya resucitado, a sus discípulos. Cuando terminaron de comer, dice Jesús a Simón Pedro: ---Simón, hijo de Juan, ¿me quieres más que éstos? Le responde: ---Sí, Señor, tú sabes que te quiero. Jesús le dice: ---Apacienta mis corderos. Le pregunta por segunda vez: ---Simón, hijo de Juan, ¿me quieres? Le responde: ---Sí, Señor, tú sabes que te quiero. Jesús le dice: ---Apacienta mis ovejas. Por tercera vez le pregunta: ---Simón hijo de Juan, ¿me quieres? Pedro se entristeció de que le preguntara por tercera vez si lo quería y le dijo: ---Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero. Jesús le dice: ---Apacienta mis ovejas. Te lo aseguro, cuando eras mozo, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras. Lo decía indicando con qué muerte había de glorificar a Dios. Después de hablar así, añadió: ---Sígueme.


La imagen de Pedro: resuelto, tenaz, sabiéndose piedra elegida pero también reconociéndose pequeño y miserable por esa cobardía que él mismo no supo ver en sí; igualmente su aturdimiento, su vuelta a la rutina más allá de la evidencia de la resurrección del Señor (Voy a pescar)... la reconozco en el espejo.

Hay toda una catequesis en los primeros versículos que nos lleva a contemplar la tarea diaria, la rutina en la que se puede llegar a ignorar de manera directa la mayor de nuestras esperanzas, que no es sino la resurrección del Señor, su triunfo sobre la muerte, el pecado y el dolor. Nos salva porque nos hace trascender, llena de sentido nuestra tarea y la convierte en misión (de hecho, es cuando la tarea no es misión ni camino hacia ella o cuando no es percibida como tal cuando esta nos esclaviza y aliena ya que o no produce fruto o este no alimenta nuestro espíritu).

También tiene mucha miga que sea Juan y no Pedro quien se dé cuenta de que es el Señor, y que sea cuando la tarea ha pasado a ser envío y después misión. Muchachos, ¿tenéis algo de comer? No es una pregunta que busca información, a la vista está que vuelven de vacío y tampoco es ese el tipo de pregunta que suele hacer Jesús porque Él es capaz de ver en el corazón, bien lo saben ellos. Es una pregunta que mueve a discernir, a avanzar desde dentro hacia adelante. Por eso después de esa pregunta solo es necesario indicarles cómo llevar a cabo la misión, porque el envío está implícito en la pregunta.

 Sin embargo hoy me voy a centrar en las siguientes tres preguntas de Jesús. Las que le hace a Pedro. Son, sin duda tres preguntas destinadas a sellar esa unión de amor y de perdón con un estilo muy de Jesús: mezclándolas de forma indisoluble, como el agua y el vino.

Cuando Jesús le revela a Pedro que antes de que cante el gallo habrá de negarle hasta tres veces, está Te aseguro que antes de que cante el gallo, me negarás tres veces. Pedro sigue siendo esa piedra sobre la que Jesús apoya su Iglesia, pero es una piedra hecha de tropiezos, de dudas desconocidas, de certezas sin fundamento pero de fe, de mucha y sincera fe a pesar de todo.
claro que no lo hace con ánimo de dañarle ni apesadumbrarle, ni siquiera se trata de una advertencia profética encaminada a manifestarle su filiación con Dios (Pedro ya sabe que Él es el Cristo, el Mesías). En el tono y en el momento se destila una intención de ayudar, de acompañar un proceso de liderazgo. Pedro acaba de declarar que dará su vida por Él (paradójicamente después, en el huerto de los olivos, se mostró más presto a quitar la vida de otro que a dar la suya propia) y Jesús le propone un hecho en forma de revelación con el objetivo de fundamentar su Iglesia desde su total consciencia de realidad humana y por lo tanto limitada. No hay rencor ni dudas en su afirmación:

La primera de las preguntas es muy significativa y bastante diferente de las dos siguientes: 

Simón, hijo de Juan, ¿me quieres más que éstos?
 
El término comparativo no es un elemento baladí. Es una propuesta de discernimiento y como tal está muy meditada en su alcance y en su capacidad de conectar el momento presente con la última conversación personal que tuvieron. ¿Qué hay de ese Pedro arrojado, tenaz, resuelto y exageradamente contradictorio (para protestar ante el lavatorio de pies y para proponer ser lavado entero; para declarar la divinidad de su maestro y para cortar una oreja)? ¿Qué ha sido de Pedro el que iba siempre por delante? ¿Será capaz de ponerse el primero para algo más que para lanzarse de una barca? ¿Qué ha sido de ti, Simón, hijo de Juan, sigues siendo ese Pedro que yo elegí? ¿Me quieres más que estos?

La respuesta de Pedro es, claro, la respuesta de quien ha crecido internamente: Sí, Señor. Tú sabes que te quiero. Claro, el Señor lo sabe, pero aun así lo pregunta. Y una segunda vez:

Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?

La segunda pregunta debe ser diferente a la primera, porque Pedro ha contestado bien. Efectivamente es Pedro, sigue siendo Pedro, su persona en esencia es la misma (ya lo hemos visto saltando de la barca, inconfundible él en sus gestos). No es eso lo que busca cambiar Jesús. Pero la respuesta de Pedro sí debe seguir siendo la misma la segunda vez aunque el Señor lo sabe y aunque aun haya una tercera:

Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?

Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero.

Es aquí cuando Pedro se entristece, cuando revive su limitación, su error, su pecado, su obstinación, su no querer ver y su traición. El Señor lo sabe, pero aun así ahí está junto a Él, provocando con esas preguntas un envío a una misión, un movimiento de dentro hacia adelante que se explicita: sígueme. Y antes: apacienta mis corderos, mis ovejas, como yo, como el pastor que conoce a su rebaño y lo quiere y no juzga.

    
El momento junto a la orilla es un momento difícil pero a la par necesario para Pedro. Le causa dolor, pero le ayuda a sentirse reconciliado y a entender de qué manera perdona Dios conectando con aquella experiencia de revelación antes de la pasión y muerte de Jesús. Es en esa conversación cuando Pedro entiende que Jesús no le estaba perdonando entonces sino antes, mucho antes de todo y que ese perdonar de Jesús tiene más que ver con el mucho amar en toda nuestra condición humana que con no apreciar u olvidar el pecado.

   

lunes, 4 de abril de 2016

¿Ejercicios Espirituales? ¿Para qué?



En los dos post anteriores hablaba sobre Ejercicios Espirituales de San Ignacio. En el primero sobre mi experiencia personal de EE en Loyola, en el segundo trataba de responder a la pregunta ¿qué cabe esperar de una experiencia de EE?

Aquí voy a tratar de responder a otra pregunta que me hicieron a la vuelta de la experiencia: por qué hacer los ejercicios espirituales. Yo esa pregunta no sé responderla de manera satisfactoria. Esa es la impresión que tengo por las caras que me ponen cuando contesto diciendo que creo que hacemos EE porque Dios pone en nosotros ese deseo. Sin embargo, si me preguntaran para qué hacer EE quizá me lanzaría a aventurar una respuesta:

Nadie puede dar lo que no tiene. Tanto menos cuando lo que se tiene no se posee, sino que se es un mero portador, un depositario, un testigo de la luz. En la medida en que seamos (no en la cantidad en que dispongamos) estaremos en condiciones de ofrecer y de servir a las personas y en ellas al Señor. Bien, pues ese ser es, en realidad, un dejarse hacer en la vida que se ejercita en el silencio, con Dios.
 
Tenemos la necesidad de ser evangelizados de nuevo y sentirnos urgidos a anunciar y comunicar que Jesús, el Señor, vive y nos precede en Galilea. Se trata de aceptar la invitación a convertirnos, a purificar nuestra fe, a cambiar nuestra experiencia por la experiencia con Él, a alimentar nuestra inquietud por ser buscadores.

A menudo ponemos nuestra confianza y nuestros empeños en los objetivos y las programaciones o en el sacar “a puños” (como diría Mª Luisa Berzosa FI) y con esfuerzo propio lo que solo es del Espíritu. San Ignacio nos invita a hacerlo todo como si de nosotros dependiera sabiendo que todo está solo en las manos de Dios. El reto es precisamente ese: acoger nuestra vida, procurar que nuestra debilidad y nuestra fortaleza se reconozcan como vecinas bien avenidas de una casa habitada por alguien más, por un Espíritu que es todo gracia.

¿Qué he hecho por Cristo? ¿Qué hago por Cristo? ¿Qué puedo hacer por Cristo?

El conocimiento y aceptación propios son PARA lanzarnos a la misión, al encuentro con el otro. Es cierto que el encuentro también puede producirse primero con otros y luego con Él pero, sea cual sea el orden, más tarde o más temprano los dos confluyen, no hay fe en solitario. Jesús nos quiere como hermanos ante nuestro padre. Así nos enseñó a vivir y a orar. Sin la experiencia de encuentro con Él no hay proceso de fe, sin la experiencia de encuentro con otros no hay ni comunidad, ni camino, ni Iglesia.

Los dos de Emaús han vivido su propia experiencia de pérdida, aunque esta sea en gran medida compartida. Ambos se encuentran con Jesús en el camino y ambos vuelven a experimentar una vivencia de tener el corazón en ascuas cuando lo escuchan en el camino. Sin embargo, esa experiencia se comparte verbalmente al final del día, cuando Jesús desaparece ante sus ojos al partir el pan, en la experiencia eucarística: Jesús ya no está fuera de ellos y por eso no lo ven sino más tarde, con los ojos del corazón: ¿acaso no ardían nuestros corazones?

De esa escena evangélica de auténtico acompañamiento nos surge un deseo de dejarse hacer por el Señor: que cuando acabemos de hablar con una persona se pregunten ¿qué ha pasado?, ¿qué ha dicho?, ¿qué quería?... ¿no ardía mi corazón? Que el Señor se sirva de nosotros para visitar, servir, acompañar y ser consuelo.

Es esa experiencia de encuentro y acompañamiento la que nos hace testigos capaces para anunciar, aunque cuando lleguemos ante los apóstoles nos encontremos con que también ellos han experimentado la gracia de la resurrección. No son experiencias que se oponen o relegan, sino que se complementan y se sustentan entre sí. Las unas confirman a las otras: ¿acaso no ardían nuestros corazones cuando...? Aquí cada uno añadirá su experiencia de encuentro y comunión con el Señor en compañía de otros.

viernes, 1 de abril de 2016

¿Qué se puede esperar de una experiencia de Ejercicios Espirituales?


Capilla de la conversión de San Ignacio

En un post anterior acababa afirmando que responder a esta pregunta diciendo cualquier cosa que no sea decir TODO se agotaría en sí misma; pero claro decir eso es decir nada y decir más de la cuenta es faltar a la verdad. Nos emplazábamos a otro post o a un café para tratar de responder de manera un poco más desarrollada. Pues bien, este post no sustituye ese café. Ojalá que lo suscite.

Moción y conmoción

Dios nos habla en todo y en todos, pero también (algunos ya dirán que sobre todo) en nuestros sentimientos.

La sociedad que nos ha tocado vivir se caracteriza cada vez más por el excesivo consumo, el abuso de mensajes comerciales, la progresiva metamorfosis de la persona en cliente, después en consumidor y finalmente en producto de consumo al que añadir accesorios. Todo esto es un obstáculo, no cabe duda, para escuchar la voluntad de Dios, pero es más que eso: es un marco, un terreno cuya orografía ha ido cambiando hasta derivar en esto, pero no supone una imposibilidad. La esperanza que nos atraviesa nos empuja a afrontar los obstáculos para que no puedan pararnos. Dejarnos alienar en el comprar y consumir abusivos es lo contrario a la fe, a creer, a aceptar.

La invitación a la interioridad siempre ha estado ahí. En otras épocas con menos urgencia y ruido de mercado ha existido la opción del retiro temporal. El mismo Jesús se aparta de todos en periodos de tiempo más o menos largos para apartarse de otros mensajes y estar con Dios.

Es en esas oportunidades en las que se siente la plenitud del corazón como nunca antes, la angustia ante la revelación repentina de la pequeñez y la limitación, la consolación máxima ante la evidencia del amor de Dios, las lágrimas como don.

Puede que lo emocional, lo íntimo y afectivo…, todo aquello de lo que el Espíritu se sirve para llegar hasta nuestro corazón, esté obstruido o asilvestrado por la falta de tránsito pero a ambos lados de ese camino afectivo, atascado por tanto anuncio de felicidad comercial, laten dos corazones, dos pasiones que ansían encontrarse: un buscador y el Espíritu: nos toca liberar de obstáculos los caminitos del corazón.



Por desarrollar un poco, diré que me gusta la expresión “un sí mantenido”. Una alianza renovada que luego se concreta día a día en la vida y en la oración. Siendo conscientes de que somos libres para elegir y que de hecho elegimos continuamente.

Comunidad

Cúpula de la basílica de San Ignacio
Los EE son experiencia de Dios con cada persona, pero siempre acaban en fiesta, en pan compartido, en descubrirnos como amigos en el Señor. Los EE deben ayudarnos a ver que Dios es padre y que como tal nos quiere a cada uno en nuestra singularidad y que, aunque el proyecto de Reino es común para todos, es en la comunidad donde nos ayudamos los unos a los otros a entender que Dios tiene un itinerario y unos planes para cada uno. Es en esa comunidad en la que Dios nos invita a objetivarnos los unos a los otros cuando compartimos la vida, los frutos del examen y las mociones que sentimos.

El centro de la comunidad es la celebración, la eucaristía, el momento en que el Señor se hace pan para que nos comuniquemos y nos hagamos comunidad plenamente en la comunión. Tener una vida eucarística supone reconocernos en camino, acompañados, amados todos juntos pero no al montón o en masa, sino de uno en uno.

Vida atravesada por el Evangelio

Retablo de la basílica de San Ignacio
Los EE son para elegir. En algún momento del proceso puede haber uno o varios momentos de conmoción y también de determinación. De decir delante del Señor que sí más allá que de la palabra: con los gestos, con las obras, con las costumbres y rutinas… con la vida. Elegimos ser en misión, no puede ser de otra forma. Jesús nos llama a ser obreros en el Reino del Padre que es tarea diaria y también promesa y señal de esperanza.

Vincularnos

Esos momentos de determinación pueden consecuentemente llevarnos a vincularnos a otros en comunidad, a compartir vida con todo lo que eso supone: celebrar, sincerarse, consolar, superar dificultades, estar, acompañar con la palabra, con el silencio, con la presencia, con la oración, ayudar a discernir y discernir en comunidad. Sentirse comunidad dentro de la Iglesia, amigos en el Señor compartiendo la fe desde un carisma o una espiritualidad, en un movimiento parroquial…

Testimonio

La fe es vida sentida y compartida. Vida eucarística en la que Cristo cada vez va ocupando la centralidad de nuestras vidas y que toma cuerpo en la oración y en la eucaristía, ambas como expresión de la vida compartida con personas que transparentan el Evangelio, que nos lo hacen realidad de vida, al alcance, posible en la carne y en la sangre más allá de la página y del texto.

Experiencia con Dios acompañada por otro

Acompañarse es dejarse objetivar, enriquecer la experiencia, buscar ayuda para comprender las mociones. Es un modo de ser en comunidad y en la vida. La soledad de Pedro, de Tomás, o del hijo pródigo solo cobran sentido como experiencias de desierto, si no se dejan acompañar por otros (con honestidad, poniéndose con toda la vida en juego) corren el riesgo de volverse experiencias destructoras o acabadas en sí mismas como la de Judas o la del joven rico.

En otra publicación trataremos de responder a la pregunta ¿EE, para qué?