Para ambientar:
188.
La Iglesia ha reconocido que la exigencia de escuchar este clamor brota de la
misma obra liberadora de la gracia en cada uno de nosotros, por lo cual no se
trata de una misión reservada sólo a algunos: « La Iglesia, guiada por el Evangelio
de la misericordia y por el amor al hombre, escucha el clamor por la
justicia y quiere responder a él con todas sus fuerzas ».153 En
este marco se comprende el pedido de Jesús a sus discípulos: « ¡Dadles vosotros
de comer! » (Mc 6,37), lo cual implica tanto la cooperación para
resolver las causas estructurales de la pobreza y para promover el desarrollo
integral de los pobres, como los gestos más simples y cotidianos de
solidaridad ante las miserias muy concretas que encontramos. La palabra «
solidaridad » está un poco desgastada y a veces se la interpreta mal, pero es
mucho más que algunos actos esporádicos de generosidad. Supone crear una nueva
mentalidad que piense en términos de comunidad, de prioridad de la vida de
todos sobre la apropiación de los bienes por parte de algunos.
189.
La solidaridad es una reacción espontánea de quien reconoce la función social
de la propiedad y el destino universal de los bienes como realidades
anteriores a la propiedad privada. La posesión privada de los bienes se
justifica para cuidarlos y acrecentarlos de manera que sirvan mejor al bien
común, por lo cual la solidaridad debe vivirse como la decisión de devolverle al
pobre lo que le corresponde. Estas convicciones y hábitos de solidaridad,
cuando se hacen carne, abren camino a otras transformaciones estructurales y
las vuelven posibles. Un cambio en las estructuras sin generar nuevas
convicciones y actitudes dará lugar a que esas mismas estructuras tarde o
temprano se vuelvan corruptas, pesadas e ineficaces.
Francisco.
EXHORTACIÓN APOSTÓLICA
EVANGELII GAUDIUM
Repartir
para multiplicar
En estos tiempos de crisis en la economía mundial, con un dinero virtual volátil que hace fortunas y genera miserias de la noche al día, creo que la crisis que vivimos desde siempre es de egoísmo, como dijo D. Helder.
El Dios Mercado escribe sus mandamientos no en tablas de piedra, sino en el alma de la gente, de rodillas ante el becerro que parece ser oro, entrgan sus corazones y sus mentes a esta religión que tiene como dogma el egoísmo y el individualismo como una profesión de fe.
¿Qué es lo que Jesús tiene que decirnos hoy sobre la crisis que vivimos en la economía?
He encontrado algunas pistas para examinar el texto del Evangelio de Juan, donde narra uno de los episodios que conocemos como "la multiplicación de los panes".
A continuación, comparto con ustedes mi mirada:
El Dios Mercado escribe sus mandamientos no en tablas de piedra, sino en el alma de la gente, de rodillas ante el becerro que parece ser oro, entrgan sus corazones y sus mentes a esta religión que tiene como dogma el egoísmo y el individualismo como una profesión de fe.
¿Qué es lo que Jesús tiene que decirnos hoy sobre la crisis que vivimos en la economía?
He encontrado algunas pistas para examinar el texto del Evangelio de Juan, donde narra uno de los episodios que conocemos como "la multiplicación de los panes".
A continuación, comparto con ustedes mi mirada:
Contemplando
Juan 6,1-13
Jesús subió a
una montaña desde donde podía contemplar el hermoso paisaje del mar de Galilea.
La multitud que lo seguía se sentó sobre la hierba, esperando a que Él dijese o
hiciese algo extraordinario.
Muchos habían visto u oído hablar de la forma en que predicaba y también acerca
de cómo había sanado a muchos enfermos que acudían a él.
La luz del día se desvanecía… Pedro, gruñón, comentaba con su hermano Andrés:
"Llevamos caminando todo el día con estas gentes que nos siguen sin
detenerse siquiera para comer. Estoy hambriento y cansado".
Jesús oyó las quejas de Pedro. Miró de nuevo a la multitud a su alrededor,
respiró hondo y dijo a Felipe, que estaba cerca de él: "Todas esas
personas tienen hambre. ¿De dónde podríamos conseguir comida para ellos?"
Felipe respondió: "Ni juntando la mitad del sueldo de un año nos daría
para comprar siquiera un pedazo de pan para cada uno."
Los apóstoles asintieron con la cabeza mostrando su acuerdo. Pedro se
adelantó y dijo: "Señor, envía a estas personas de regreso a sus hogares, porque
aquí no van a encontrar comida ni descanso."
Tomás agregó: "… Y también así podremos nosotros comer y descansar en
paz.”
Jesús le respondió: "Ya, pero…si tenéis qué comer compartidlo con
estas personas"
Se miraron los unos a los otros en silencio. Judas dijo: "Es que
nosotros… tampoco tenemos nada." Judas mentía. En el último pueblo por el que
pasaron, él, que era el que custodiaba las pocas monedas del grupo, compró pan,
queso y fruta y lo guardó todo en unas bolsas que estaban ocultas. Como los
demás, también pensó que si las bolsas se abrieran allí, delante de todo el
mundo, no habría ni una miga para cada uno.
De hecho, muchas personas pensaron de manera similar.
Yo también.
En mi alforja tenía un bocadillo de pan con carne de cordero, bien cuidado,
esperando el momento adecuado para convertirlo en mi cena.
Por un momento se hizo un silencio incómodo. Entonces, un chico que estaba
a mi lado se levantó y fue a Andrés, hermano de Simón Pedro, y hablaron. Andrés
dijo a Jesús: "Maestro, aquí hay un muchacho que está ofreciendo su
almuerzo."
Y añadió con una sonrisa: "¡Hay cinco panes de cebada y dos peces!
¿Qué es esto para tanta gente?"
Jesús llamó al muchacho que era en realidad casi un niño, un adolescente de
13 años. Él vino y se sentó al lado de Jesús quien, echándole el brazo sobre su
hombro, le revolvió el pelo en un gesto cariñoso y le dijo: "Así que,
muchacho, ¿tú vas a asegurar nuestra cena?"
El niño respondió, mostrando una pequeña cesta: "Solo tengo esto,
Señor, pero se puede compartir con todos. "Jesús tomó la canasta, cerró los
ojos e hizo una breve oración. Luego se levantó y partió uno de los panes y
tomó parte de un pez, hizo un pequeño bocadillo y se lo dio a Judas. Hizo lo mismo
con Pedro, Tomás, Felipe, Juan… a cada uno les iba entregando un poco de
comida.
Los apóstoles se miraron entre sí, avergonzados. Yo, y todos los que
estábamos alrededor, mirábamos la escena sorprendidos. Entonces Jesús tomó la
cesta vacía. Se detuvo y nos miró. Con una sonrisa, se encogió de hombros y
dijo mitad afirmando mitad preguntando: "¿Ya está?"
Juan gritó: "Judas, ¿dónde están las bolsas?"
Judas, respondió contrariado: "Allí, detrás de esos árboles..."
Juan corrió, trajo las bolsas y las puso a los pies de Jesús. Este llamó al
muchacho y le dijo: "¿Tú me ayudas a repartir?"
El muchacho, sonriendo, abrió la primera bolsa y levantó en el aire un hermoso
pan de centeno, bien tostadito, que pronto fue pasando de mano en mano. De
repente, toda la multitud se agitó. Todas las personas habían guardado comida,
la tenían escondida, y, entre avergonzados y seducidos por las acciones de
Jesús y el niño, comenzaron a ponerlas en común en las ruedas en que se habían
sentado. Pronto la montaña se convirtió en un gran picnic. Todo el mundo reía y
hablaba en voz alta, libres de la vergüenza inicial.
- "Aquí tienes, Malaquías, un muslo de pollo, ¡déjame probar un poco
de tu vino!”
- “Hmm, Sara, este pastel está delicioso, ¡prueba las migas que he hecho!”
A mi lado había un hombre gordo, sonriente mirando en mi alforja. Con el
corazón oprimido tomé el bocadillo y le ofrecí un trozo. Lo cogió entero y dio
las gracias. En unos pocos bocados desapareció mi cena. Miré a mi alrededor,
desolado, y me encontré a Jesús, justo en frente de mí. Él soltó un par de
carcajadas y me llamó. Me acerqué con actitud anodina y él, fijando sus ojos en
mí, me dio un pedazo de pan y un vaso de vino. Sentí algo diferente en esa
mirada, como si quisiera en realidad alimentar mi alma y mi corazón.
La noche se acercaba, las hogueras estaban encendidas. Ruedas de amigos y
familias enteras se reunieron, hablando, cantando, charlando de manera
despreocupada en una fiesta inesperada y espontánea.
Jesús dijo a los apóstoles: "Recoged todos los restos de comida. Que
no se pierda nada. Vamos a asegurar la merienda de mañana".
Pasaron entre los grupos y volvieron con lo suficiente para llenar doce
canastos de alimentos.
Jesús miró al muchacho sentado junto a Él, y dijo con una sonrisa:
“Eh, chaval, ¡vaya milagro hiciste
aquí, hoy…!”
Texto original en
portugués “Dividir para multiplicar” de Eduardo Machado. Extraído de http://eduardomachadobh.blogspot.com.es/2011/08/dividir-para-multiplicar.html
Repasa el texto al menos un par
de veces más. Cada vez ponte en las sandalias de Pedro, de Andrés, de Juan, de
Judas, del muchacho…
… saca los alimentos que llevas
guardados en las alforjas
Puede servir para orientar la oración:
-Y tú, tienes hambre y sed ¿de qué?
-El mundo que te rodea tiene hambre y sed ¿de qué? -Lo que tienes que ofrecer para aplacar el hambre y la sed, ¿qué es?, ¿por qué lo guardas? |