La verdad son trozos de papel de
periódico que hemos rasgado para proteger y evitar que pequeñas frágiles
creencias metidas en una caja rocen entre sí y se hieran o se rompan. Rezamos a
un dios de muertos para que nos conduzca por caminos sin sorpresas, sin baches,
que puedan poner en riesgo nuestro gran tesoro, nuestras infinitas
inseguridades y nuestros miedos.
O la verdad es un rayo de sol que
nos quema en momentos de verano y nos mantiene cálidos en los de invierno; y es
Dios quien reza al hombre, a la mujer, y les pide caminar descalzos con una
única verdad que atender entre las manos: la verdad de su amor y su fe en
nosotros.
La verdad es un felpudo en el
suelo, puesto ahí para que lo pisemos y empapemos bien nuestros zapatos en una
solución que borra nuestros miedos y protege a los demás de nosotros mismos. Y
es otro felpudo
más, puesto a continuación, para secarlos y que parezca que aquí no ha
pasado nada.
O la verdad es una voz en el
teléfono, una imagen en una pantalla, dos ojos que sonríen sin boca, dos brazos
que sueñan abrazar algún día, manos que aplauden. La verdad es todo lo que
hacen brotar en el corazón voces, imágenes, ojos, bocas, brazos, manos; todo lo
que son, lo que fueron y lo que están llamados a ser. La verdad es que el
misterio no eclipsa la esperanza.
La verdad es una soga tirada en
el suelo, atada al más preciado tesoro, que alguien toma de un extremo con
intención de tirar y llevarse todo con ayuda de otros. La verdad es lo que me
impulsa a coger el otro extremo de la cuerda, a tirar de ella y proteger lo que
es mío y de otros.
O la verdad se revela en ese
instante en que miras a los ojos del que está enfrente y te das cuenta de que
el tesoro preciado es tu paz interior, que se pierde en el acto de tensar la
cuerda, en la actitud de proteger creencias que se rozan y amenazan con
quebrarse, en el momento de pactar con el dios de muertos al precio que sea
para que no vuelque tu mercancía de miedos de saldo.
O la verdad es un verso de
Machado que te hermana con aquel a quien desprecias, con aquel a quien ignoras,
con quienes te parece que tienen la culpa de todo. La verdad es una flecha que
siempre te señala, los labios que te besan, el pañuelo que recoge las lágrimas
que ella misma provocó.
O la verdad es que no son tantas
las certezas que hospedamos y, sin embargo, debemos siempre albergar dudas,
proponer disyuntivas al camino que nos ponen por delante, consultar al Dios de
vivos que habita nuestro corazón.