header

¿Qué haces aquí, Elías?

Ni en el viento, ni en el terremoto, ni en el fuego...,
sino en la brisa, en la voz de lo pequeño.

lunes, 1 de junio de 2015

Autodescarte



La palabra que he elegido como título no existe, pero la realidad que representa la veo todos los días. La observo primero en mí mismo y funciona así:

Estoy en una reunión o hablando con varias personas y alguien dice que hay que poner en marcha esto o aquello. Me doy cuenta de que si no entra dentro de las que yo considero mis capacidades o mis rutinas, o sencillamente de mis gustos, no me doy por enterado. Conmigo no va. Me autodescarto. Esto me ocurre de manera inconsciente la mayoría de las veces, en especial si hay alguien a quien mentalmente pueda asignarle la responsabilidad. A veces hay autodescartes colectivos y todos coincidimos en señalar a la misma persona: “eso se le da muy bien a Enrique”, decimos. O sencillamente nos volvemos todos para mirar a esa persona y con eso y unas risas queda todo dicho. Supongo que es una tendencia natural. Nos decantamos por aquello que nos gusta o se nos da bien y esquivamos todo lo demás, pero…

¿No deberíamos asumir más retos? ¿No tendríamos que desafiar nuestras capacidades y salir de nuestra zona de confort?

Cuando el Papa nos manda a las fronteras nos pide justamente eso, que trascendamos de nuestra realidad más cotidiana e inmediata, que salgamos de nuestra propia comodidad para salir en búsqueda del otro (a “salir del propio amor, querer e interés”. EE 189). Probablemente las primeras fronteras están dentro de nosotros mismos. Solo cuando las traspasemos seremos capaces de ir a más, hacia afuera. ¿Cómo vamos a ir a las fronteras si no intentamos traspasar las que llevamos dentro?

En todos los rincones del colegio podemos encontrar el cartel con el lema del objetivo de este curso: “Tú también sumas” Entre otros símbolos está el signo de la suma que es también una cruz; y me cuestiona.

jueves, 30 de abril de 2015

EL RELOJ DE LA FAMILIA



Relato y experiencia de una herramienta con metodología ignaciana

¿Cuántas veces al mes o al año se sienta un hombre o una mujer con su pareja para echar la vista atrás; dar gracias por tanto bien recibido; analizar costumbres, rutinas; corregir; planificar y llevarlo a sus vidas?

Todas estas dinámicas se ponen en juego en las sesiones del Reloj de la Familia. Estas y algunas más.
Se trata de una metodología diseñada por el Equipo de Misión Familia de la Comunidad de Vida Cristiana en España dentro del proyecto “Crear + Familia” y que tiene por objetivo “poner en hora”, ajustar y replantear nuestro proyecto de familia en pareja. Se parte de un planteamiento abierto e inclusivo que considera a la familia en toda la diversidad que puede llegar a abarcar la palabra.

Para las parejas de Almería y Granada que asistimos a las tres sesiones de este taller los días 14 y 28 de marzo y 18 de abril ha sido una verdadera bendición y experiencia fundante. Hay un antes y un después del Reloj en nuestras historias de familia. Por todo esto, cada una de las evaluaciones que hemos ido haciendo, tanto durante las sesiones del taller como en la vida, han estado impregnadas siempre del agradecimiento que brotaba de nuestro interior hacia el Señor en cada palabra y gesto.

Asistimos tres matrimonios de la CVX de Granada y uno de Almería, las dos primeras sesiones en Granada y la tercera y última en Málaga. Nos acompañaron otros dos matrimonios de la CVX de Málaga. Decimos que nos acompañaron, porque no nos cuadra decir que “nos dieron el taller” y mucho menos que lo impartieron por el grado de implicación que mostraron. Gracias otra vez, Susana, Víctor, Rocío y Paco, así como al resto de miembros de la CVX en Málaga que asistieron a la última sesión y tanto la enriquecieron.

Compartimos vida, oramos juntos y por separado, contemplamos la historia de gracia de nuestras respectivas familias, reímos, nos emocionamos y sentimos la presencia del Espíritu en medio de nosotros a lo largo de cada una de las tres jornadas.

Es difícil describir qué es el reloj de la familia. Quizá es más fácil empezar diciendo qué no es: no son charlas (aunque se habla), no es terapia familiar (aunque salimos reconfortados), no busca la solución de un problema concreto de la pareja o de la familia (aunque sí podría mejorar cosas específicas), y tampoco es un cursillo de formación (aunque se aprende). ¿Qué es entonces?

La metodología

Es verdad que uno tiene la impresión de que se trata de una adaptación de los ejercicios ignacianos al formato de taller con una metodología muy sencilla y amena. Pero, al mismo tiempo, decir esto no da cuenta de lo que esta herramienta hace posible. Al menos para las familias que hemos asistido estos días supuso empezar por darnos cuenta (una vez más) de lo agradecidos que estamos por los pasos dados hasta aquí como familia, que no es poco. Algo que suele suceder en todas las familias es que, a lo largo de los días, hablamos y hablamos de tantas cosas cotidianas que la rutina nos come y no dejamos tiempo para hablar de lo esencial. Esto es lo esencial.

En este sentido, el Reloj es una herramienta privilegiada para la pareja, como motor en la familia, que ayuda a pararse y desencadenar procesos de memoria, análisis y replanteamiento de vida en familia más allá de las sesiones del taller. No solo ofrece la posibilidad de volver a las fichas, a los textos, a las películas y al diálogo después, sino que podría incluso ser una experiencia a repetir unos años después.

En la primera sesión comenzamos presentándonos (este sencillo momento en sí ya fue especial, cargado de memoria agradecida y de esperanza en el futuro), después hicimos una oración preparatoria y a continuación nos expusieron cómo serían las sesiones: 7 tiempos en tres sábados.

La estructura de trabajo era repetitiva: se partía de una presentación, de un gráfico o de la presentación de unos textos. A continuación se proyectaba un fragmento de una película; y después todo se llevaba a la oración o reflexión personal. Seguidamente había un diálogo con la pareja y por último una puesta en común.

Comenzamos con los tres primeros tiempos:

Primer tiempo: “Panorama general de la familia” Partimos de unos textos para leer sin prisa y un fragmento de película a modo de contemplación. Casomai de Alessandro d’Alatri.

Segundo tiempo: Elaboramos la “Historia de gracia” de nuestra familia. Comenzamos viendo un fragmento de Up, leyendo unos textos para sentir y gustar y unas fichas para orar/reflexionar; primero individualmente, después en pareja y luego poner en común. Esta fue, sin duda, una de las experiencias más emotivas y centrales para todos nosotros.

Tercer tiempo: “El proyecto de familia”. Más textos y… otra película: dos fragmentos de Un lugar donde quedarse. Un gráfico para reflexionar/orar individualmente y en pareja y después volver a poner en común.

El segundo día continuamos con el cuarto tiempo: decisiones y libertades: Un fragmento de Una mente maravillosa. Textos acerca de la manera de tomar decisiones en familia. Modos de proceder: ¿uno?, ¿1+1?, ¿cada uno por su lado? Mejor discernimos en familia.
Para acabar evaluamos cada jornada. ¿La palabra más repetida? Ya lo saben: gracias.
El último de los tres sábados afrontamos la tercera y última sesión que abarcó los tres tiempos restantes:

Quinto tiempo: Recogemos y valoramos nuestros “Desgastes, crisis y daños”. Tras una breve presentación acerca de la comunicación efectiva y del lenguaje asertivo se proyectó un fragmento de la película Cindirella Man. Además (como casi en todos los demás tiempos) se aportaron textos complementarios muy clarificadores.

Sexto tiempo: “Reconciliación, oración personal y en pareja” Se trató de una propuesta para contemplar nuestras realidades de pareja necesitadas de reconciliación pidiendo al Señor la gracia de poder verlas a través de sus ojos y corazón. Después compartimos estos dos tiempos en pareja y finalmente en grupo.

Séptimo tiempo: “Reformulación del proyecto de familia” Partimos de una oración guiada para después dialogar en pareja acerca de todo lo sentido y vivido, de aquello que es un valor en la familia sobre lo cual construir y de aquello que daña o no ayuda y es necesario cambiar.

Terminamos, como no podía ser de otra manera, compartiendo y evaluando.

La experiencia

En el grupo hemos vivido como un regalo todo este tiempo compartido tanto en pareja como en grupo. Algunos no nos conocíamos pero eso no ha impedido que hayamos compartido nuestras vidas y, más aún, que hayamos puesto en contacto eso que tenemos en común y que tanto nos llena: la espiritualidad ignaciana que lo ha impregnado todo y que ha favorecido la comunión en el grupo y la unión de espíritus en la pareja.

Hemos reído y llorado (a veces al mismo tiempo) juntos y en pareja. Hemos gozado experimentando la acción de Dios cuando hay condiciones de posibilidad, cuando uno se deja hacer en el aquí y en el ahora.

Nos hemos enriquecido aportando nuestras diversidades familiares: en edad, en tiempo de matrimonio, en número de hijos, en concepción de la vida, en valores. Hemos estrechado lazos y nos hemos hecho verdaderos Amigos en el Señor. Ya no será lo mismo cuando nos encontremos de nuevo. La vivencia de ser Cuerpo, la universalidad y la hermandad en Cristo no son palabras en papel sino vivencia en historia y hechos. En vida compartida.

Ha ayudado a “sacar” asuntos, vivencias que hacía tiempo que no salían, que estaban olvidadas en algún cajón o en el oscuro trastero de la casa a donde van a parar todas las cosas que nadie sabe cómo clasificar u ordenar.

Al igual que cuando terminas los Ejercicios, al evaluar hemos expresado que sentimos la necesidad de dar a conocer esta herramienta a otros. Durante estos días, pero en especial una vez que acabamos, nos han venido nombres a la memoria y al corazón de familias y de personas concretas que conocemos y queremos, porque sabemos que esta experiencia sería de tanta consolación para ellos como lo ha sido para nosotros.

Cuando hemos manifestado estas mociones, nuestros acompañantes nos han señalado la vocación de “relojeros” que se manifiesta detrás de esa expresión de deseo para otros pues así nació la suya, de una experiencia como la nuestra. La posibilidad de ser “agentes multiplicadores” de tanto bien recibido es una realidad. A pesar de que somos meros instrumentos y limitados, el Señor hace cosas grandes a través de nosotros. Hubo algo de envío en aquel rato de evaluación.

Con el deseo de ser Sal y Luz, de ser familias abiertas a otros, de salir de nosotros mismos para ir a las fronteras. Con nuestra vocación laical fortalecida y nuestros compromisos familiares renovados. Llenos de presencias y profundamente agradecidos, volvimos a nuestros hogares, a nuestras familias con el reloj a punto.

jueves, 2 de abril de 2015

¿Hablas ignaciano?



Así titulaba George W. Traub, S.J. Do You Speak Ignatian? A Glossary of Terms Used in Ignatian and Jesuit Circles. 

Algunas veces hemos leído y oído decir que nuestra espiritualidad es tan profunda que, no solo trae consigo un vocabulario propio y distintivo, sino que supone en sí mismo un lenguaje, un código con una gramática y un acento, con un sentir y gustar propio.
Quienes hemos aprendido a hablar ignaciano observamos con sorpresa cómo esta lengua adquirida pasa a convertirse en lengua materna desplazando a un segundo lugar nuestro vocabulario nativo.

Tanto cuanto, Encarnación, Magis

De esta manera, algunas palabras que hemos oído y usado tantas veces, de pronto amplían su significado hacia otros espacios semánticos imprevistos. Así ocurre con expresiones como tanto cuanto, que adquieren un valor diferente a partir de la experiencia vital que San Ignacio comparte con nosotros. Y lo mismo ocurre con la palabra Encarnación: ahora soy incapaz de oírla sin vibrar con ella, sin reconocer resonancias y matices, cuando quizá antes me pasaba desapercibida. También hay otras palabras como el adverbio más (magis en su expresión latina) que también crece de tal forma que parece incluso una palabra distinta.

Consolación / desolación, Indiferencia, Examen, Ejercicios Espirituales

Precisamente son esas, las palabras que adquieren un significado distinto, las que más llaman nuestra atención y nos obligan a pararnos cuando las oímos. Cuántas veces escuchamos hablar de la indiferencia o de que alguien es indiferente ante algo y la mención de esa idea nos trae inevitablemente un eco distinto asociado a la palabra, como una música que solo nosotros somos capaces de oír. Y lo mismo ocurre cuando escuchamos expresiones en las que se dice de alguien que “no encuentra consuelo” o que “anda desolado”, y en seguida nos vienen imágenes y recuerdos de consolación y desolación vividas en primera persona. Para los que hablamos ignaciano ni el examen ni los ejercicios tienen connotaciones negativas tampoco, porque sabemos que nuestra persona es fruto que está siempre madurando gracias a ellos.

Elegir, Discernir

En Andalucía hemos pasado recientemente por un tiempo de elecciones, pero da la sensación de que no ha dejado de ser una mera elección de colores, de caras, de bandos. Casi nos atreveríamos a decir que en algunos periodos electorales se trata más de una coacción que de una elección, porque no se fomenta el ejercicio libre y personal de la reflexión (no digamos del discernimiento), sino de sacar músculo partidista, de un bombardeo continuo de eslóganes, de felices promesas y de nefastos augurios a una población que a nuestro déspota sistema político se le antoja en una perpetua minoría de edad. Elegir “a la ignaciana” es vivir tomando las riendas de nuestra vida, siendo autoconscientes, pidiendo al Señor que nos conceda la gracia de conocer su voluntad y la fuerza para cumplirla.
De todas estas palabras (y de otras muchas) hay una que nos cuestiona y sobrecoge. Podríamos decir que nos persigue. Es la palabra servir. A veces resuena como un cuestionamiento fuerte o como un interrogante; a veces es horizonte y a veces una realidad sentida y gustada por la que dar gracias. Suele venir acompañada de otras palabras como alabar y amar, pero es cuando viene sola cuando con más fuerza me sacude o nos interpela. Servir, al estilo de Jesús.

En este link puedes encontrar algunos de esos términos ignacianos a los que hace referencia el P.  George W. Traub en su libro: http://www.flacsi.net/noticias/compania-de-jesus-el-lenguaje-ignaciano/

jueves, 12 de marzo de 2015

Mirar a los ojos




Me gusta que quienes me conocen me saluden llamándome por mi nombre. ¿No os pasa a vosotros? Hay diferencia entre saludar diciendo “hola” o “buenos días” y hacerlo diciendo “hola, Juan” o “buenos días, Marisol”. Al nombrar a la persona, al llamarla por su nombre no solo estamos dedicándole un saludo personal y distintivo, sino que además hacemos única a esa persona entre las demás. Conocer y nombrar es el paso previo a apreciar y amar. Todo esto, y muchas cosas más relacionadas con los amigos, quedar, saludarse, verse, las sabemos de sobra. Las explica, además, muy bien Saint-Exupéry en el capítulo dedicado al zorro en El Principito. Este capítulo se cierra con esa lección tan hermosa: “sólo se ve bien con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos.”

Mirar con el corazón supone mucho más que ver. Vemos todo lo que miramos, pero no siempre miramos todo lo que vemos. Sucede que a veces el profesor entra en clase y ha sido capaz de ver qué alumnos faltan para anotarlo en el parte diario, pero no ha mirado a los que hay en el aula ese día. Tantas veces saludamos a nuestros vecinos o compañeros de trabajo habiéndolos visto pero sin haberlos mirado y la verdad es que hacerlo marca la diferencia. Quiero invitarte a que te pares y pienses en ello.

Mirar también equivale a llamar por su nombre a quien no conoces, a reconocerle su dignidad ante ti y en ese momento. También ocurre a la inversa: si retiramos la mirada de algo o alguien le restamos valor, lo situamos en un espacio invisible o de inexistencia. A menudo son los pobres o las noticias que nos escandalizan las que descartamos de nuestra mirada y de nuestra atención. Quiero también invitarte a pensar en ello: ¿Qué cosas o personas dejamos de mirar en nuestro día a día?, ¿de qué apartamos la mirada consciente o inconscientemente?

Hay algo de esperanza al despedirse diciendo “nos vemos”, por eso voy a despedirme diciendo eso mismo: adiós, nos vemos.