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¿Qué haces aquí, Elías?

Ni en el viento, ni en el terremoto, ni en el fuego...,
sino en la brisa, en la voz de lo pequeño.

jueves, 31 de marzo de 2016

Anunciar la fe. Superando obstáculos. (Ideas sobre "Acompañar para anunciar, reflexiones para puesta en marcha" de L. Arrieta)

Anunciar la fe. Superando obstáculos.


Estamos llamados a testimoniar con gratuidad la revelación que hemos recibido como gracia. La

progresiva secularización de la sociedad, los crecientes desprecios al hecho religioso, las desigualdades sociales, el paro y el empleo precario, los desahucios, el encarcelamiento inmoral a las personas migrantes, la pobreza, las injusticias… toda esa debilidad es condición de verdad. No es claramente la sociedad que deseamos, pero es con estos mismos mimbres con los que hemos de tejer un cesto nuevo.

Mistagogía es reconocerse llamados a hacer de la herencia una verdadera vivencia personal e intransferible de relación con Dios a partir de nuestra propia relación personal e intransferible de nuestra relación con Dios. No es transferir nuestra vivencia sino alentar la vida que surge en el interior, acompañarla desde el respeto y el calor, infundir el liderazgo de la persona, potenciar su autonomía su relación con el misterio.

Anunciar el Reino es en sí un gesto esperanzador y por lo tanto rompedor y revolucionario. Anunciar el Reino no es vender humo, partimos del aquí y del ahora porque aunque no es un reino de aquí sí comienza a construirse aquí.

Acompañar espiritualmente a jóvenes es una forma de revolución y de esperanza, de volver la vista a la fe, de volver a Jesús y desde Él enriquecer las actividades pastorales, las homilías, las comunicaciones, las celebraciones, las comunidades cristianas…

La historia de salvación está llena de anuncios desde Zacarías e Isabel, María (por parte de diferentes personas a lo largo de su vida), Pedro… El Señor sigue anunciando a nosotros nos toca poner el oído y crear condiciones para que otros también escuchen. Lo que está en juego es el cómo. Parece claro que no podemos seguir aplicando viejas recetas ante la nueva sociedad en que vivimos. El Espíritu es creativo, no queramos encorsetar al viento que sopla y se cuela entre las rendijas.

Ante una sociedad polarizada en la que unos aprietan y otros cada vez se duelen más, anunciamos otra forma de ser y estar: con esperanza, con parresía, con confianza. Educar a individuos críticos pero optimistas, valientes pero prudentes y colaborar en construir una sociedad en la que el individuo sea aceptado y amado incondicionalmente: sea lo que sea, esté donde esté, tenga lo que tenga.

El excesivo consumo, el abuso de mensajes comerciales, la progresiva metamorfosis de la persona en cliente, después en consumidor y finalmente en producto de consumo al que añadir accesorios es un obstáculo, no cabe duda, pero es más que eso: es un marco, un terreno cuya orografía ha ido cambiando hasta derivar en esto, pero no supone una imposibilidad. La esperanza que nos atraviesa nos empuja a afrontar los obstáculos para que no puedan pararnos. Dejarnos alienar en el comprar y consumir abusivos es lo contrario a la fe, a creer, a aceptar.

Puede que lo emocional, lo íntimo y afectivo… todo aquello de lo que el Espíritu se sirve para llegarnos toca liberar de obstáculos los caminitos del corazón:
hasta nuestro corazón esté obstruido o asilvestrado por la falta de tránsito pero a ambos lados de ese camino afectivo atascado por tanto anuncio de felicidad comercial laten dos corazones, dos pasiones que ansían encontrarse: un buscador y el Espíritu:
  • Suscitando apertura a la trascendencia y al autoconocimiento y ampliación de consciencia
  • Ayudando a conformar una voluntad orientada al bien y
  • una consciencia que aúne libertad y responsabilidad
  • Fomentando el gusto por lo interpersonal, el respeto, el amor.
Para ello no se nos pide estar a ambos lados (esos sitios ya están ocupados) tampoco en medio (ahí está ese caminito aunque sea a veces conducto atascado) sino en uno de los vértices del triángulo, en la equidistancia que observa o más bien contempla y acompaña. Desde ahí podemos ayudar a dar a luz haciendo caso a la pedagogía de la mayéutica: dejando que el huevo se rompa por dentro para que genere vida porque si lo abrimos nosotros por fuera solo tendremos para una tortilla.

Estamos llamados a ser pacientes porque el tiempo que manejamos no es el nuestro sino el de Dios, y las prisas no son del buen Espíritu; llamados a constituir buenas comunidades que nos acompañen y ayuden a objetivar; llamados a cuestionar nuestros métodos, a adaptarlos a cada persona y situación, pero sobre todo estamos llamados a orar, a estar atentos y a la escucha para discernir con sabiduría la voluntad de Dios y ofrecer nuevos modelos de comunidad cristiana en las que:
  • Todos somos aceptados incondicionalmente
  • Podemos fiarnos sin límite
  • Es posible el perdón
  • Vivimos con esperanza
  • Y se ofrece un testimonio gratuito, que no presiona las conciencias, que es propuesta y se muestra vulnerable ante la libertad de los destinatarios.

miércoles, 30 de marzo de 2016

Pascua de Resurrección, pero... ¿Qué celebramos hoy?

¿Qué celebramos hoy los cristianos? ¿Cómo podemos año tras año dejarnos llevar por la alegría del Resucitado sin mirar ni siquiera de reojo a las portadas de los diarios? ¿Sin mirar lo que dicen y lo que callan?

Realmente esto no es nuevo, ya pasó hace 2000 años. Los discípulos de Jesús tampoco veían motivos para celebrar nada. Verdaderamente tenían motivos para temer, no olvidemos que su maestro había sido ejecutado. La sensación de desamparo y de que ellos siguieran sus pasos por la Vía Dolorosa debió ser inevitable. No creyeron ni siquiera cuando las mujeres llegaron asegurando que habían visto a Jesús y que había resucitado. Solo creyeron cuando sintieron, vieron y tocaron al propio Jesús que estuvo en la cruz.

La propia María de Magdala tampoco mostró su lado más esperanzado cuando al encontrar el sepulcro vacío lo primero que pensó fue que hubieran robado el cuerpo. Solo creyó cuando Él la nombró, cuando dejó de ser una mujer desconsolada, una entre tantas, para ser María. Aun entonces no quería separarse de Él, no dejaba de aferrarse a sus pies, a su presencia física en el mundo.

¿Y qué decir de los de Emaús? Van mascullando su pérdida, camino de aquella aldea, tratando de dejar atrás tanto dolor acumulado, de alejarse de Jerusalem y de las posibles consecuencias de haber sido discípulos de Jesús, cuando se encuentran con Él y, al igual que la de Magdala, tampoco ellos lo reconocen.

Los miedos ciegan, no dejan ver la Buena Noticia. Tienen a Jesús delante de sus narices pero no son capaces de verlo por el mismo motivo que María, que los discípulos, que todos... Estaban aferrados a su presencia física, no han entendido nada todo este tiempo. Solo creyeron cuando lo vieron partir el pan. A partir de ahí desaparece de su vista, pero la presencia que les va a acompañar a partir de ese momento es bien diferente, porque ya no se apoya en lo corpóreo sino en la experiencia de una esperanza confirmada que ha superado el miedo.

También hoy tenemos razones para temer, también hoy nos encontramos encerrados en el cenáculo, en un eterno sábado que nos paraliza. ¿Cómo no vamos a temer si al proclamar nuestra fe se rien de nosotros o nos apartan o nos insultan? ¿Cómo no van a temer los cristianos en Lahore o en Siria, Kenia y tantos lugares donde se les persigue por su fe?

La clave está en el capítulo 14 del Evangelio según San Juan. Jesús trata de explicar a sus discípulos lo que ya anunció en las bienaventuranzas: el premio no está en esta vida, no hay consuelo en esta vida que valga todos los que nos esperan con el Padre ni pesares que lleguen a hacer sombra a tanto bien que nos queda por recibir junto a Él. Pero no hay otra forma de transimitir esa Buena Noticia si no es con la propia vida, una vida plenamente de hombre que siente y padece y que ama y quiere ser amado pero que acoge la voluntad del Padre.

Como María buscamos ser nombrados, disntinguidos, dignificados. Como ella y como los discípulos escondidos no nos conformaremos con algo menos que presencia, pero habrá de ser una presencia que no genere apegos, no física ni corpórea a menos que sea en el hermano, al que sentir, ver y tocar hasta reconocer como semejante. Como los de Emaús habremos de abrirnos al misterio eucarístico por el cual Dios se hace hombre, se hace mensaje y el hombre se hace pan, se hace promesa, se hace salvación eterna.

Esto es lo que estos días recordarnos, lo celebramos cada día.

jueves, 24 de marzo de 2016

Encuentro. Con Él - Con otros (Ideas sobre "Acompañar para anunciar, reflexiones para puesta en marcha" de L. Arrieta)


Encuentro. Con Él - Con otros

El encuentro puede producirse primero con otros y luego con Él o en orden inverso, pero más tarde o más temprano los dos confluyen, no hay fe en solitario. Dios, Jesús nos quiere como hermanos ante nuestro padre. Así nos enseñó a vivir y a orar. Si la experiencia de encuentro con Él no hay proceso de fe, sin la experiencia de encuentro con otros no hay ni comunidad, ni camino, ni Iglesia.

Los dos de Emaús han vivido su propia experiencia de pérdida aunque esta sea compartida. Ambos se encuentran con Jesús en el camino y ambos vuelven a tener una vivencia de tener el corazón en ascuas cuando lo escuchan en el camino. Sin embargo, esa experiencia se comparte verbalmente al final del día, cuando Jesús desaparece ante sus ojos al partir el pan, en la experiencia eucarística: Jesús ya no está fuera de ellos y por eso no lo ven sino con los ojos del corazón: ¿acaso no ardían nuestros corazones?

De esa escena evangélica de auténtico acompañamiento nos surge un deseo: que cuando acabemos de hablar con una persona se pregunten ¿qué ha pasado?, ¿qué ha dicho?, ¿qué quería?... ¿no ardía mi corazón? Que el Señor se sirva de nosotros para visitar, acompañar y ser consuelo.
Ese esa experiencia de Encuentro y Acompañamiento la que nos hace testigos capaces para anunciar, aunque cuando lleguemos ante los apóstoles nos encontremos con que también ellos han experimentado la gracia de la resurrección. No son experiencias que se oponen o relegan, sino que se complementan y se sustentan entre sí. Las unas confirman a las otras: ¿acaso no ardían nuestros corazones cuando terminamos el primer encuentro de Monte Carmelo o la experiencia de Ejercicios Espirituales, o el encuentro de laicos Madre Cándida, etc.?

Acompañarse es dejarse objetivar, enriquecer la experiencia, buscar ayuda para comprender las mociones. Es un modo de ser en comunidad y en la vida. La soledad de Pedro, de Tomás, o del hijo pródigo solo cobran sentido como experiencias de desierto, si no se dejan acompañar por otros (con honestidad, poniéndose con toda la vida en juego) corren el riesgo de volverse experiencias destructoras o acabadas en sí mismas como la de Judas o la del joven rico.

lunes, 21 de marzo de 2016

Experiencia de Ejercicios Espirituales en Loyola




De todos es sabido que para que un proyecto salga bien hace falta que se den varias circunstancias, pero esencialmente dos: medios y personas. Esto se cumple con la lógica humana, claro. La lógica de Dios es otra muy distinta que no acabamos de comprender en nuestra limitación pero que intuimos en el camino, en el proceso.

Para Dios la persona no es un medio sino un fin y en ella pone dos elementos (diferentes de los antes mencionados) que resultan necesarios para que sus proyectos (los de Dios) se lleven a cabo: deseo y oportunidad.

Pues bien, recientemente el Señor juntó ambos elementos en un grupo de personas, profesores de colegios de Hijas de Jesús, valiéndose de la congregación como medio y nos reunió en Loyola, la tierra de San Ignacio, para brindarnos la posibilidad de tener una semana de ejercicios espirituales.

Allá nos reunimos todos venidos desde diferentes puntos del país. Mi compañera y amiga Gema y yo hicimos el viaje juntos desde Almería. El trayecto fue largo por fuera pero fluido y enriquecedor por dentro.

Hablamos de todo un poco, de colegio de familias y también de que la fe es un proceso que dura toda la vida y que pasa por diferentes momentos a lo largo de la misma. Hablamos de que es importante a cada paso examinar para discernir por dónde el Espíritu nos va llevando, que no basta con quedarse con ese primer momento en que nos presentaron a Jesús. Hay una parte del enamoramiento (la que viene después del flechazo) que hay que cuidar. El Señor hace el resto con deseo y oportunidad, ya sabemos.

Charlando de todo un poco se nos pasaban las horas en coche, en avión y en aeropuertos, pero en nuestro interior (por más que no queríamos cultivar expectativas) guardábamos los dos un interrogante en silencio: ¿qué querrá el Señor de nosotros?

La acogida fue cálida, de experiencia de cuerpo apostólico. Primero Nagore, profesora del colegio Ntra. Sra. De Aránzazu de San Sebastián, nos recogió en Hondarribia y de ahí nos llevó hasta Loyola. Una vez allí el reencuentro con compañeros de camino y de misión de otros colegios nos hizo sentirnos en comunidad, grupo de amigos en el Señor una vez más reunidos y con un PARA común. Las veces anteriores nos habíamos juntado para cursos de formación de directivos, y en reuniones formativas o de coordinación de programas pero, siguiendo la máxima ignaciana que dice que no el mucho saber harta y satisface el ánima, sino el sentir y gustar de las cosas internamente. No nos podía faltar esta otra dimensión: sentir y gustar con el Señor. Es ahí donde el alma se complace, en el sentir y gustar, en las experiencias de vida, en sentirse vivo y en camino.


Llegado este punto tenéis que comprender que el resto del relato se aparte de lo vivencial y personal porque ya entra en la esfera de lo íntimo, de lo que cada uno vivió con el Señor ante el cual (incluso desde lo más pequeño y limitado) TODO es posible, como se evidencia en el ejemplo de vida de nuestra querida Madre Cándida y en el de tantos otros santos como el propio San Ignacio. Muchas experiencias de consolación, alguna también de desolación (que con todo lenguaje nos habla Dios) y mucho por lo que agradecer a Dios y a las personas que fueron mediación (nuestras acompañantes Mª Luisa, Blanca Esther y Ana, pero también a todos los que hicieron posible que estuviéramos allí).

El entorno, propicio para el retiro y el silencio, me invitaba a desconectar de la cotidianeidad para tomar distancia y asumir otra perspectiva, la de Dios. Ver con mis propios ojos la casa de los Loyola que había imaginado en tantas ocasiones leyendo la vida de San Ignacio. Esa casa atravesada en cada rincón por la historia de los primeros pasos de aquel hombre que plasmó su experiencia de Dios en el texto con el que me dejé guiar.


 
Y de la experiencia en sí ¿qué diré? Cuando el barro se sabe barro y se entrega al alfarero se obra el milagro, aunque sea bajo apariencia de pobre vasija agrietada. Somos ricos por lo que contenemos, no por lo que somos. Nos hemos dejado habitar por Aquel que no deja de llamar a nuestra puerta, he ahí nuestro gran tesoro. Hemos elegido atender esa llamada insistente (¿cómo resistirse?), ese es nuestro único mérito. Una auténtica gracia.

Como los de Emaús, volvimos los dos a nuestras familias y comunidades. Tratamos de explicar cómo nos encontramos con Él en el camino, con nuestras cargas de vida compartidas, cómo nos paramos y compartimos con Él y entonces sí se nos abrió el entendimiento y caímos en la cuenta de que nuestros corazones ardían.

Cuando nos preguntaban a la vuelta por la experiencia hacíamos como el Señor con nosotros: a cada uno lo suyo. Hay respuestas cortas y respuestas largas, respuestas de superficie y respuestas de contenido. Las ganas de escuchar son como la experiencia, personal y única.

Así fuimos, mi amiga Gema y yo, respondiendo a familia, amigos, compañeros de trabajo y nuestras respectivas comunidades de vida a lo que nos iban preguntando. Yo intuía que algunos realmente querían saber qué se puede esperar de una experiencia de EE y eso sí que es difícil de responder porque cualquier cosa que no sea decir TODO se agota en sí misma; pero claro decir eso es decir nada y decir más de la cuenta es faltar a la verdad. En cualquier caso, ese es un tema para otro post o, mejor aún, para un café.