Me gusta que
quienes me conocen me saluden llamándome por mi nombre. ¿No os pasa a vosotros?
Hay diferencia entre saludar diciendo “hola” o “buenos días” y hacerlo diciendo
“hola, Juan” o “buenos días, Marisol”. Al nombrar a la persona, al llamarla por
su nombre no solo estamos dedicándole un saludo personal y distintivo, sino que
además hacemos única a esa persona entre las demás. Conocer y nombrar es el
paso previo a apreciar y amar. Todo esto, y muchas cosas más relacionadas con
los amigos, quedar, saludarse, verse, las sabemos de sobra. Las explica,
además, muy bien Saint-Exupéry en el capítulo dedicado al zorro en El Principito. Este capítulo se cierra
con esa lección tan hermosa: “sólo se ve bien con el corazón. Lo esencial es
invisible a los ojos.”
Mirar con el
corazón supone mucho más que ver. Vemos todo lo que miramos, pero no siempre
miramos todo lo que vemos. Sucede que a veces el profesor entra en clase y ha
sido capaz de ver qué alumnos faltan para anotarlo en el parte diario, pero no
ha mirado a los que hay en el aula ese día. Tantas veces saludamos a nuestros
vecinos o compañeros de trabajo habiéndolos visto pero sin haberlos mirado y la
verdad es que hacerlo marca la diferencia. Quiero invitarte a que te pares y
pienses en ello.
Mirar también
equivale a llamar por su nombre a quien no conoces, a reconocerle su dignidad
ante ti y en ese momento. También ocurre a la inversa: si retiramos la mirada
de algo o alguien le restamos valor, lo situamos en un espacio invisible o de
inexistencia. A menudo son los pobres o las noticias que nos escandalizan las
que descartamos de nuestra mirada y de nuestra atención. Quiero también
invitarte a pensar en ello: ¿Qué cosas o personas dejamos de mirar en nuestro
día a día?, ¿de qué apartamos la mirada consciente o inconscientemente?
Hay algo de
esperanza al despedirse diciendo “nos vemos”, por eso voy a despedirme diciendo
eso mismo: adiós, nos vemos.