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¿Qué haces aquí, Elías?

Ni en el viento, ni en el terremoto, ni en el fuego...,
sino en la brisa, en la voz de lo pequeño.

jueves, 28 de enero de 2016

La voz interna con la que hablamos



Desde la primera vez que lo leí, siempre me intrigaron los versos de Machado que dicen:

Converso con el hombre que siempre va conmigo
quien habla solo espera hablar a Dios un día

Me parece que el segundo verso contradice al primero: no se habla solo sino consigo mismo. ¿No creéis?

También me llama la atención que los deportistas se den ánimo a sí mismos durante el juego. Se ha hecho famoso el grito “Vamos”, de Rafa Nadal. Es un grito en plural: vamos, adelante; tú y yo. No habla solo, sino que hay una dualidad. Muchas veces he observado que esto no les pasa solo a los deportistas profesionales, sino a muchas personas mientras practican deporte.

A veces voy andando o conduciendo y me descubro hablando, no solo, sino claramente conmigo mismo. Con un yo íntimo y personal en una conversación en la que no cabe ni un ápice de engaño. A veces también me ocurre que estoy orando y me doy cuenta de que he pasado de hablar con Dios a hablar con ese yo. Me sorprende comprobar en el examen de la oración cuándo sucedió esto, cuándo intervino este otro yo. No fue que cambié de interlocutor sino que pasó de ser una conversación de dos a una conversación de tres. Mi otro yo interviene para ayudarme en mi comunicación con Dios, para fijar sus deseos en mi realidad, para que mi oración no quede en abstracciones sino que aterrice en lo concreto de mi vida.

Me da la impresión de que ese otro yo es una versión más plena y consciente de mí mismo. Un yo más sincero y con una visión más pausada y objetiva de las cosas. Tengo un recuerdo muy grato de algunas de esas conversaciones a tres. De haberlas sentido y disfrutado.

Mucha gente habla consigo mismo. Lejos de ser un rasgo de locura, a mí me parece muy cuerdo pedir consejo o ayuda a ese otro yo más capaz, con más visión.

El loco habla solo, los demás (cuerdos o no) hablamos, además de con Dios, con nosotros mismos.

lunes, 25 de enero de 2016

Credo



Creo en un Dios Padre todomisericordioso que me habita, que me ama profundamente porque es todo amor y que está loco por mí a pesar de mis muchas limitaciones, como yo lo estoy por mis hijos incluso cuando meten la pata y me hacen sentir mal. Los quiero más precisamente en esos momentos y creo que eso le pasa a Dios conmigo porque cuando YO me he caído ÉL me ha levantado incluso cuando he culpado a OTROS.

Creo que me ama en la misma medida que a todos los demás (es decir hasta desbordar la medida más grande que soy capaz de imaginar y hasta anegar la extensión de terreno más amplia que puedo concebir), pero no me quiere como a los demás porque nos quiere a mí y a ti, y a él y a ella como yo quiero a mis hijos: de uno en uno, aunque claro, para mí es fácil porque ellos son solo dos, y mis hermanos son toda la humanidad y mi casa es toda la creación aunque yo no sepa verlo.

Creo que cuando Dios nos creó puso en nuestras manos un tesoro maravilloso del que cuidar. Creo que nos envió para ser eso, cuidadores. Los unos de los otros y de toda la creación. No debemos escudarnos en nuestra pequeñez para decir que no podemos, que somos frágiles. Tampoco debemos engañarnos pensando que lo podemos hacer todo por nosotros mismos. Más bien estamos llamados a aceptar nuestra condición de creatura y sentirnos llenos del Espíritu Santo para hacerlo todo como si solo de mí dependiera sabiendo que en realidad todo depende solo de Dios.

Me reconozco mimado de Dios y doy gracias por ello desde mi pobre experiencia humana y desde mi forma de saber, porque cuando yo mimo algo es por cómo me servirá y cuando mimo a alguien es porque lo estimo por lo que es. Por su amor me siento hijo amado e instrumento valioso.

Creo que un Dios cuya fe me llegó heredada, pero que gracias a Él se ha hecho más personal.

Creo que a lo largo de la historia de la humanidad Dios puso a hombres y mujeres como tú y como yo en la tesitura de ser santos como lo hace contigo y conmigo. Creo que estas personas sintieron el amor de Dios, asumieron su misión y aceptaron su condición humana hasta las últimas consecuencias y están ahí para ser ejemplos cercanos de Evangelio, para que los sigamos, tanto si fueron reconocidos por la Iglesia como si no, tanto si pertenecieron a otras religiones como si fueron ateos. Creo que algunas de estas personas no salen en los libros de historia pero sí en mi álbum de fotos, o en la orla de mi colegio, o en las imágenes que me visitan antes de dormir o en las caras que veo día a día. Doy gracias por ello.

Entiendo a mis padres mejor desde que soy padre y por eso también creo que Dios se hizo pequeño, para que yo entendiera todo esto desde esta clave humana, y que se hizo hijo para que yo fuera capaz de sentirme hermano de otros en Él. Rezo más a la Virgen ahora que soy padre también, aunque vuelvo la mirada cuando la veo representada con oros y coronas que me despistaron de pequeño.

Creo, con San Ignacio y con Elías, que Dios me va guiando como si yo fuera un niño pequeño y me ha enseñado de mí mismo que las cosas me van entrando primero por el intelecto y después por la piel y luego por las lágrimas y después ya se asientan en mi corazón, aunque a veces tengo que repetir el proceso una y otra vez porque soy torpe o egoísta o porque me engaño a mí mismo también una y otra vez, y me desespero.

A veces me siento mal por mis muchos defectos: mi tendencia a la autocompasión, mi excesiva intelectualidad que lo tamiza casi todo, mi soberbia, mi suficiencia, mi falta de humildad, mi fariseísmo, mi Pedro y mi Judas, mi Andrés y mi Santiago, mi Tomás, mi joven rico y el hermano mayor del hijo pródigo; ay, ese hermano mayor tan secundario en las lecturas que hemos hecho del texto y tan excesivamente protagonista en mi vida.

Creo que entonces Dios aguarda respetuoso y paciente hasta que lo dejo pasar dentro, hasta el fondo en mi vida. Es entonces cuando siento que tengo que reconciliarme conmigo mismo, y ahí Jesús me pone con él. Me lleva con el Padre, me arropa con el Espíritu Santo que hay en mí.

Creo en el perdón de los pecados como la reconciliación de los corazones rotos. Padre, Hijo y Espíritu Santo me cuentan cuentos de cuando era pequeño y me consuelan, me secan las lágrimas y me señalan lo mucho bueno que hay en mí.

Creo que cuando Dios me pide que no me olvide de Él lo hace por mí más que por Él, porque su amor me cura y porque a través de mí Él quiere curar a otros. Pero no me quiere médico o cocinero sino medicina o alimento, y eso es lo que me cuesta, porque siento que voy constantemente del Carmelo al Horeb.

Creo que la Iglesia es eso, una comunión fraterna de cuidadores, de portadores del Espíritu y que todo lo que no vaya por esta línea o choque contra el Evangelio no es del buen Espíritu. Creo que esto pasa porque la Iglesia es humana en la carne y divina en el espíritu, y que al igual que me pasa a mí también mis hermanos se equivocan, y también espera el Padre que nos ayudemos los unos a los otros.

Confieso que muchas veces no sé dónde está Dios. En esos momentos me consuela saber que Él siempre sabe dónde estoy yo.

Creo que Dios nos puso aquí para construir un Reino que no es de aquí porque no se rige por las normas de aquí pero que empieza aquí. Tengo la esperanza de que ese Reino un día estará terminado y que ese día será un día glorioso en el que todos sentiremos con agradecimiento el amor de Dios como un regalo, como la lluvia o el Sol.

martes, 19 de enero de 2016

¿Por qué escribir?

Desde esta misma línea te aviso: no tengo intención de contestar a esta pregunta. No lo voy a hacer porque no me hago esta pregunta. Si alguna vez me surge quizá me ponga a tratar de responderla, pero lo cierto es que ahora mismo no aparece en mi horizonte de cuestiones.

La verdad es que esta pregunta pertenece a una familia de otras que sí son más interesantes. Los padres de ¿por qué escribir? son ¿por qué sentir? y ¿por qué pensar? (podemos seguir subiendo en el árbol geneálogico y encontrarnos con preguntas tan sustanciales como ¿por qué vivir?, pero no va a ser este un espacio tan tan metafísico).

Pero ¿y los hijos? ¡Ah! Sentir y Pensar tienen unos nietos adorables: ¿Por qué publicar? y ¿por qué compartir? Esos sí son interrogantes con los que merece la pena enfrentarse. Y en eso estamos.

Ahora que los jóvenes me llaman abiertamente viejo y que los viejos aún no me admiten entre los suyos, me doy cuenta de que entre mis intereses no está la generación a la que pertenezco, quizá porque me gusta más observar aquello que no protagonizo: ser viejo y ser joven. Lo demás es tránsito aunque ya sabemos que TODO es transitar.

¿Por qué Sino en la brisa?

Algunos de los textos que aquí publico fueron escritos hace mucho tiempo (salvo uno de ellos todos los poemas tienen casi 20 años). Entonces me decían unas cosas y ahora, cuando les pregunto, me dicen otras.

Cuando en el monte Horeb Dios pregunta dos veces a Elías ¿qué haces aquí?, las dos veces contesta exactamente lo mismo, pero en medio ha pasado algo (el tránsito).

A Elías le ha sido revelada la verdad de lo sencillo, la verdad de la totalidad encarnada en lo sutil:

Ni en el viento, ni en el terremoto, ni en el fuego...,
sino en la brisa, en la voz de lo pequeño.

Este blog

Con mucho respeto y después de mucho cavilar, toco a la puerta de todos y de nadie. Me lanzo a este espacio lleno de vacío con un puñado de sencillos textos (nuevos y viejos).

He separado las publicaciones en cinco bloques para que, además de leerse de corrido (por orden cronológico según se vayan publicando), se puedan también seleccionar los temas según intereses:




Son pequeñas expresiones de oportunidades de sentir y gustar que he tenido y que se convierten en palabras de agradecimiento desde el deseo de compartir.
 

A menudo la lectura de la Palabra cuaja en un pensamiento o en una emoción, en muchas ocasiones iluminan un aspecto de la vida y a veces suscitan un texto.

Que gritan mudas. 


De cada golpe a golpe. La mayoría son ripios escritos hace años pero que ya me sonrojan poco (no por falta de pudor sino porque he asumido que su calidad literaria es la que es).

Los crónicos son textos con ideas que van y vienen, que obsesionan hasta que no son paridas o exorcizadas, como quiera uno verlo. Las escribo y ya me dejan en paz. 

Las crónicas son textos de cosas que me han pasado, de sitios a los que he ido o encuentros en los que he participado. Muchos aparecen en otros blogs ya que han sido escritos por encargo de otras personas.

Hay entradas antiguas, muy antiguas. Fechadas mucho antes del 19 de enero (fecha en que comienza su tránsito este blog). Para encontrarlas hay que ir a la columna de la derecha, en entradas por orden cronológico.

Chin pon.