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¿Qué haces aquí, Elías?

Ni en el viento, ni en el terremoto, ni en el fuego...,
sino en la brisa, en la voz de lo pequeño.

lunes, 14 de marzo de 2016

No había llegado su hora

Estos días coincide que el Evangelio diario acaba en un par de ocasiones con una coletilla que
pareciera auspiciar la tragedia: "(...) todavía no había llegado su hora" Lo hemos leído hoy 14 de marzo en Jn 8, 12-20, y lo leímos el viernes 11 en Jn 7, 1-2. 10. 25-30.

Vamos a leer esta semana también que la cosa irá a mayores y que llegarán a agarrar piedras para arrojárselas, y aunque no se llegue a decir también sabremos que no las lanzan porque no ha llegado su hora.

Bueno, a mí también me dicen esas palabras que podemos ser más o menos conscientes de cuándo puedan ocurrir las cosas porque observamos y seguimos los patrones de los acontecimientos que guían nuestras vidas pero, al final, estamos en manos de Dios. También esta expresión a veces se dice como un mal presagio o de manera resignada pero si paladeamos las palabras realmente no hay nada como sentirse en manos de Dios.

 Saberse en sus manos no es una razón para el estatismo, sino más bien una llamada a la acción desde la confianza y la esperanza. Es un estímulo para discernir, entre todas las voces, la voz de Dios que susurra en la brisa ligera.

Reconocerse en las manos de Dios es aceptar la salvación como las dos caras de la moneda: anticipo del regalo, de la promesa de Dios y también tarea presente, misión.  

San Ignacio de Loyola decía:“Actúa como si todo dependiera de ti, sabiendo que en realidad todo depende de Dios”. La libertad y la confianza de Dios manifestándose unidas como dos manos que nos abrazan y acarician en una muestra de amor infinito. 

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