Encuentro. Con Él - Con otros
El encuentro puede producirse
primero con otros y luego con Él o en orden inverso, pero más tarde o más
temprano los dos confluyen, no hay fe en solitario. Dios, Jesús nos quiere como
hermanos ante nuestro padre. Así nos enseñó a vivir y a orar. Si la experiencia
de encuentro con Él no hay proceso de fe, sin la experiencia de encuentro con
otros no hay ni comunidad, ni camino, ni Iglesia.
Los dos de Emaús han vivido su
propia experiencia de pérdida aunque esta sea compartida. Ambos se encuentran
con Jesús en el camino y ambos vuelven a tener una vivencia de tener el corazón
en ascuas cuando lo escuchan en el camino. Sin embargo, esa experiencia se
comparte verbalmente al final del día, cuando Jesús desaparece ante sus ojos al
partir el pan, en la experiencia eucarística: Jesús ya no está fuera de ellos y
por eso no lo ven sino con los ojos del corazón: ¿acaso no ardían nuestros
corazones?
De esa escena evangélica de
auténtico acompañamiento nos surge un deseo: que cuando acabemos de hablar con
una persona se pregunten ¿qué ha pasado?, ¿qué ha dicho?, ¿qué quería?... ¿no
ardía mi corazón? Que el Señor se sirva de nosotros para visitar, acompañar y
ser consuelo.
Ese esa experiencia de Encuentro
y Acompañamiento la que nos hace testigos capaces para anunciar, aunque cuando
lleguemos ante los apóstoles nos encontremos con que también ellos han
experimentado la gracia de la resurrección. No son experiencias que se oponen o
relegan, sino que se complementan y se sustentan entre sí. Las unas confirman a
las otras: ¿acaso no ardían nuestros corazones cuando terminamos el primer
encuentro de Monte Carmelo o la experiencia de Ejercicios Espirituales, o el
encuentro de laicos Madre Cándida, etc.?
Acompañarse es dejarse objetivar,
enriquecer la experiencia, buscar ayuda para comprender las mociones. Es un
modo de ser en comunidad y en la vida. La soledad de Pedro, de Tomás, o del
hijo pródigo solo cobran sentido como experiencias de desierto, si no se dejan
acompañar por otros (con honestidad, poniéndose con toda la vida en juego) corren
el riesgo de volverse experiencias destructoras o acabadas en sí mismas como la
de Judas o la del joven rico.
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