MIGUEL
DE UNAMUNO.
Sorprendiese la visión del amor a la espera
con un bofetón de frío, de castigo de años
o la mudanza de ojos tristes a huraños
hiciese del suyo corazón de plañidera.
Por la corriente helada, cuando sí la frontera,
la mejilla muerta y el saludo de extraños,
ya siempre siempre diera tumbos de desengaño,
aquel día de abril, enferma, rota, extranjera.
Camina sin sierpe, abierta al sol, clara y serena
a la deriva, Isabel, niña del desencanto;
fenecidos, tus ojos de virgen Magdalena,
no distinguen día y noche, urbe y camposanto;
pero arrinconan la soledad buscando apenas
quién
pueda, a la deriva, acallar tan triste llanto.
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