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¿Qué haces aquí, Elías?

Ni en el viento, ni en el terremoto, ni en el fuego...,
sino en la brisa, en la voz de lo pequeño.

lunes, 25 de enero de 2016

Credo



Creo en un Dios Padre todomisericordioso que me habita, que me ama profundamente porque es todo amor y que está loco por mí a pesar de mis muchas limitaciones, como yo lo estoy por mis hijos incluso cuando meten la pata y me hacen sentir mal. Los quiero más precisamente en esos momentos y creo que eso le pasa a Dios conmigo porque cuando YO me he caído ÉL me ha levantado incluso cuando he culpado a OTROS.

Creo que me ama en la misma medida que a todos los demás (es decir hasta desbordar la medida más grande que soy capaz de imaginar y hasta anegar la extensión de terreno más amplia que puedo concebir), pero no me quiere como a los demás porque nos quiere a mí y a ti, y a él y a ella como yo quiero a mis hijos: de uno en uno, aunque claro, para mí es fácil porque ellos son solo dos, y mis hermanos son toda la humanidad y mi casa es toda la creación aunque yo no sepa verlo.

Creo que cuando Dios nos creó puso en nuestras manos un tesoro maravilloso del que cuidar. Creo que nos envió para ser eso, cuidadores. Los unos de los otros y de toda la creación. No debemos escudarnos en nuestra pequeñez para decir que no podemos, que somos frágiles. Tampoco debemos engañarnos pensando que lo podemos hacer todo por nosotros mismos. Más bien estamos llamados a aceptar nuestra condición de creatura y sentirnos llenos del Espíritu Santo para hacerlo todo como si solo de mí dependiera sabiendo que en realidad todo depende solo de Dios.

Me reconozco mimado de Dios y doy gracias por ello desde mi pobre experiencia humana y desde mi forma de saber, porque cuando yo mimo algo es por cómo me servirá y cuando mimo a alguien es porque lo estimo por lo que es. Por su amor me siento hijo amado e instrumento valioso.

Creo que un Dios cuya fe me llegó heredada, pero que gracias a Él se ha hecho más personal.

Creo que a lo largo de la historia de la humanidad Dios puso a hombres y mujeres como tú y como yo en la tesitura de ser santos como lo hace contigo y conmigo. Creo que estas personas sintieron el amor de Dios, asumieron su misión y aceptaron su condición humana hasta las últimas consecuencias y están ahí para ser ejemplos cercanos de Evangelio, para que los sigamos, tanto si fueron reconocidos por la Iglesia como si no, tanto si pertenecieron a otras religiones como si fueron ateos. Creo que algunas de estas personas no salen en los libros de historia pero sí en mi álbum de fotos, o en la orla de mi colegio, o en las imágenes que me visitan antes de dormir o en las caras que veo día a día. Doy gracias por ello.

Entiendo a mis padres mejor desde que soy padre y por eso también creo que Dios se hizo pequeño, para que yo entendiera todo esto desde esta clave humana, y que se hizo hijo para que yo fuera capaz de sentirme hermano de otros en Él. Rezo más a la Virgen ahora que soy padre también, aunque vuelvo la mirada cuando la veo representada con oros y coronas que me despistaron de pequeño.

Creo, con San Ignacio y con Elías, que Dios me va guiando como si yo fuera un niño pequeño y me ha enseñado de mí mismo que las cosas me van entrando primero por el intelecto y después por la piel y luego por las lágrimas y después ya se asientan en mi corazón, aunque a veces tengo que repetir el proceso una y otra vez porque soy torpe o egoísta o porque me engaño a mí mismo también una y otra vez, y me desespero.

A veces me siento mal por mis muchos defectos: mi tendencia a la autocompasión, mi excesiva intelectualidad que lo tamiza casi todo, mi soberbia, mi suficiencia, mi falta de humildad, mi fariseísmo, mi Pedro y mi Judas, mi Andrés y mi Santiago, mi Tomás, mi joven rico y el hermano mayor del hijo pródigo; ay, ese hermano mayor tan secundario en las lecturas que hemos hecho del texto y tan excesivamente protagonista en mi vida.

Creo que entonces Dios aguarda respetuoso y paciente hasta que lo dejo pasar dentro, hasta el fondo en mi vida. Es entonces cuando siento que tengo que reconciliarme conmigo mismo, y ahí Jesús me pone con él. Me lleva con el Padre, me arropa con el Espíritu Santo que hay en mí.

Creo en el perdón de los pecados como la reconciliación de los corazones rotos. Padre, Hijo y Espíritu Santo me cuentan cuentos de cuando era pequeño y me consuelan, me secan las lágrimas y me señalan lo mucho bueno que hay en mí.

Creo que cuando Dios me pide que no me olvide de Él lo hace por mí más que por Él, porque su amor me cura y porque a través de mí Él quiere curar a otros. Pero no me quiere médico o cocinero sino medicina o alimento, y eso es lo que me cuesta, porque siento que voy constantemente del Carmelo al Horeb.

Creo que la Iglesia es eso, una comunión fraterna de cuidadores, de portadores del Espíritu y que todo lo que no vaya por esta línea o choque contra el Evangelio no es del buen Espíritu. Creo que esto pasa porque la Iglesia es humana en la carne y divina en el espíritu, y que al igual que me pasa a mí también mis hermanos se equivocan, y también espera el Padre que nos ayudemos los unos a los otros.

Confieso que muchas veces no sé dónde está Dios. En esos momentos me consuela saber que Él siempre sabe dónde estoy yo.

Creo que Dios nos puso aquí para construir un Reino que no es de aquí porque no se rige por las normas de aquí pero que empieza aquí. Tengo la esperanza de que ese Reino un día estará terminado y que ese día será un día glorioso en el que todos sentiremos con agradecimiento el amor de Dios como un regalo, como la lluvia o el Sol.

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